IRRUMPIR EN EL YO

Tengo que mantenerme ocupada Cada día me levantaba con la ilusión de encontrar un escape a esa constante ansiedad que me acompañaba desde hace algunos meses cuando una resolución llegó diciendo os declaro jubilada hasta que la muerte te separe de la pensión. Debería ser un momento de euforia, tal como lo soñé algunos años atrás cuando empecé a ver tan cercano ese instante; pero, al parecer se vuelve una constante de los jubilados hablar de lo ausente como convirtiendo la época laboral en su único pensamiento. Es como haber perdido la capacidad productiva en un pozo sin fondo y lanzarse a buscar allí los sonidos del despertador que lo llaman a usar el uniforme de trabajo, subirse al carro y sufrir los trancones para llegar a la empresa, mientras la mente se prepara para sincronizarse con los compañeros de labores manteniendo así el control del territorio y evitando que los clientes reporten anomalías y rompan con ese tranquilo patrón diario. Creemos que estando en la oscuridad del foso es más fácil oponerse a la evidente muerte laboral y sin darnos cuenta quedamos anclados en las reminiscencias. En fin, tal vez por eso es por lo que me siento en un estado de carencia y no me atrevo a explorar nuevos puertos con pequeños retos que me hagan recuperar la confianza y la alegría de un logro que armonice con este desconocido ritmo de la vida pensional, con la diferencia de que ahora la alegría es más Pasaba horas barriendo, limpiando, redecorando o desocupando los closets porque disque se llenan de mala energía con cosas viejas. Otras veces ensayaba recetas, las cuales dependiendo de la tristeza quedaban más o menos saladas con esas lágrimas que estaban evaporadas para que nadie las viera rodar por mis mejillas pues no tiene sentido que una jubilada no esté en júbilo permanente. Un día pensé que lo mejor era cambiar el lugar de vivienda como una manera de iniciar esta nueva etapa, dejando atrás tantos años de entrega, pasión y momentos de gratificación o desilusión que viví durante más de tres décadas en el trabajo; tal vez funcionaría, así como las actualizaciones de las apps. Fue así como noté que el apartamento necesitaba una pintada. Lo fácil pero no económico habría sido pagar por el trabajo; sin embargo, teniendo el tiempo y la experiencia de los momentos de la infancia en que niños y grandes nos dedicábamos una vez al año a pintar la casa y que para mí era suficiente práctica para ejecutar la labor por mi cuenta. Otro amanecer y todo listo para iniciar. Lo primero es poner la cinta de enmascarar para proteger las zonas límite. Podría no hacerlo, pero eso implicaría dedicar tiempo a limpiar profundamente y así no dejar de valorar la dimensión estética del trabajo. Mientras ponía la cinta mis rodillas parecían decirme: pongo en tus manos lo que vivo y sufro al soportar tu peso sobre mí, estar en esta posición genera permanente dolor de la edad, como dicen los médicos cuando uno los visita después de los cuarenta. Como una manera de convencerme para que me levantara también comentaba que yo estaba prestando más atención a mi entorno y menos a mi conducta; sin mucha reflexión, entendí que de nada serviría la cinta si yo no utilizaba el rodillo con la carga apropiada de pintura para no salpicar todo. Aunque a decir verdad lo más probable es que me quisiera decir que debo descubrir mi nuevo cuerpo y sus limitaciones y ser más congruente con ellas porque el comportamiento levemente atlético de esta estructura esquelética ya es solo un recuerdo del pasado lejano. Entre cada impulso para levantarme entendí que no eran las rodillas las que me hacían reflexionar, sino que por el contrario era mi cerebro haciendo uso de su inteligencia intrapersonal como llamaban los psicólogos de los ochenta a los soliloquios, él estaba analizando y me recordaba que mi cuerpo es una unidad conectada entre sí, de tal suerte que no solo las rodillas se estaban afectando sino mi respiración que ahora estaba agitada. Ya de pie empecé a escuchar como cada órgano decía por fin, que tal este martirio y mucho ay, oh, gracias a Dios, así que no pude evitar sonreír y ahí todos los músculos se relajaron y las voces dejaron de sonar. Bueno todo listo para iniciar, ya iba a tomar el rodillo cuando, mis ojos se detienen en todos los defectos de la pared. Huecos, manchas, grumos y toda suerte de huellas del pasado. De nuevo interviene el cerebro desarrollando su capacidad imaginativa y creativa sugiriendo historias detrás de cada imperfección. Por supuesto propone una solución práctica, pasar la lija y ojalá la eléctrica para eliminarlos. Uf que fácil parecía, pero no hubo ni un asomo de mejora, solo una gran cantidad de polvo que cubría todo a su alrededor. Sentí como cuando queremos irrumpir en la historia de los otros sin saber cuál es su conjunto de creencias, eventos y emociones que explican su comportamiento. Ese polvero descubría una verdad y era que esa pared conocía su yo y procesaba la invasión que yo estaba cometiendo y rápidamente activó sus armas de defensa. Me pregunté si eso era lo que pasaba cuando alguien observaba mis conductas basándose en los roles que desempeñé, o en los grupos a los que pertenecí o de pronto comparándome con otros compañeros de trabajo y noté que la realidad era que mi ego era el observador que pagaba palco en el teatro de la vida y aún no asimilaba que si bien todos esos pilares que formaron parte de mi con protagonismo ahora se estaban desprendiendo de mi yo para dar paso una nueva realidad. Un cambio que me modifica sin mi voluntad, tal como un aterrizaje forzoso que nos da un cimbronazo, pero a la vez nos muestra que la vida sigue. Siento el polvero y miro la pared entonces recuerdo cuando alguna intromisión o juzgamiento se vuelve un detonante que desequilibra mi estado de ánimo y estallo en interminables frases agresivas, no me importa enojarme en público, aunque las normas sociales lo califiquen como mal visto y aún más en esta época en la que todo es paz e iluminación. Cuando estoy en ese trance y detengo mi mirada en los ojos de los que están en el lugar me autorregulo y callo, aunque ya he afectado a los otros y de nuevo las normas sociales me obligan a disculparme. Tal vez por ese hábito observo la pared con empatía y decido no insistir con la lija. Así como está, ella se siente bien, su autoestima es positiva y el poder de aceptación de sus cicatrices deliberadamente me hace cambiar mi estereotipo de la belleza. Después de pasar el rodillo en una primera mano, veo como la pared va mejorando sin perder su esencia y de inmediato despierto mis expectativas sobre cómo construir un yo ideal, responsable como el yo presente pero más relajado, sin afán, sin exceso de susceptibilidades, sin reacciones emocionales que incomoden, sin que le importe el qué dirán, apostándole a la incertidumbre sin miedo a los relojes y a los almanaques. Ya pinté la sala y aprendí. Ahora estoy por pintar el estudio con el mismo rodillo, la misma pintura, pero con una nueva mentalidad, ya no hay sesgos que me lleven a sobreestimar mis aportaciones a la pared porque a pesar de haber visto muchos videos tutoriales de cómo darle la tonalidad adecuada a la pintura, como resanar y como usar el rodillo de forma adecuada, y no sé si existen videos de formas de pintar sin cambiar su pasado, pero al menos ya asimilé que debo respetar su historia. Entiendo que no es importante analizarla ni escoger entre varias una causa principal porque esa cambiará cada vez que cambie la emoción. Hoy es un día frio y lluvioso, lo más probable es que la pared no se seque pronto y hasta se sople la pintura, pero la lluvia no tiene la culpa sino el mal momento que pasó la pobre que quedó exhausta de tanta estimulación, está llena de miedos y el único gesto aprendido es guardar silencio. Seguro que, si mañana se siente mejor, el color quedará parejo y todo se verá en orden, como cuando me levanto feliz y me engalano frente al espejo viendo el reflejo de una vida sin tragedia. Hoy finalicé la tarea, observo las manchas de pintura mientras recuerdo que mi papi me decía que no somos brillantes en todos los ámbitos de la vida, pero para saber cuál no es nuestro fuerte lo debemos intentar. La verdad es que, aunque descubrí mi incompetencia para pintar adecuadamente por supuesto que no lo admitiré en público, inventaré alguna excusa externa para minimizar el fracaso porque no podría contarle a nadie mis diálogos murales porque mi residencia nueva sería un hospital psiquiátrico; bueno esa última frase nació de mi ignorancia respecto a la salud mental tan afectada y estigmatizada todavia.

Comentarios

  1. las emociones cambian constantemente, de acuerdo con ellas alineas tu comportamiento. Aprende a Expresarte con nuestro taller de escritura.

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